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dilluns, 5 de juny del 2017

Amenazando funcionarios...


La noticia ni es nueva, ni imprevista, ni original; es la amenaza de siempre contra todo lo que no les gusta, con énfasis especial contra la Cataluña tratada desde un desprecio racista. Esta vez el foco se sitúa sobre unos funcionarios amenazados con medidas jurídicas, si no aplican su orden, su sagrada orden.

Para mí, ser funcionario era una opción de servicio público que convivía con la seguridad del trabajo y la corta paga (no me he quejado ni cuando era corta). La Moncloa (Moncloaca desde la guerra sucia) debe pensar que la seguridad es el "leitmotiv" de los funcionarios; nos ve como corderos encogidos bajo las consecuencias administrativas, civiles y penales, teledirigidas y vergonzantes de jueces (funcionarios, ellos) con más nómina que criterio.

El 9N fue el primer día de nuestra independencia, ese día en que el Estado desapareció de Cataluña (para no volver más), los voluntarios que componían la mesa de mi pequeño pueblo éramos funcionarios. La gente venía a votar con un entusiasmo nunca visto y un agradecimiento que nos hacía privilegiados. Ninguna brizna de miedo por estar donde estábamos y por pasarnos la amenaza del estado por el arco de triunfo de nuestra necesaria insumisión.

Trato su Constitución como una mierda, porque se firmó hace 39 años, a punta de pistola, pero sobre todo, porque el Tribunal Constitucional que debía defenderla se la cargó con el golpe de estado de la sentencia contra el Estatuto de 2010 (Javier Pérez Royo). Esta Constitución, imposible de transformar, que los "jóvenes" de menos de 56 años no han podido votar, ha convertido la política española en una gerontocracia franquista incapaz de garantizar derechos.

Personalmente he asociado ser funcionario a la renuncia de militancia política. He querido mantener independencia entre la gestión del servicio y la lucha de los partidos políticos. Es decir, estar al lado de la gente, por encima del lado del partido de turno. Cuando el PP ha politizado fiscalía, judicatura y Constitucional, los ha hecho siervos de sus voluntades y cómplices de sus robos; ha subvertido la función pública, convirtiéndola en el brazo armado del partido más corrupto de Europa (caciquismo). Aquí no me encontrarán, no seré quien busque excusas en la obediencia debida; y, como en aquel 9N que nos hizo libres, seré uno de los miles de funcionarios que volverán a estar donde sea necesario para defender la democracia y la voluntad de la gente, sin más miedo que la de seguir siendo siervo de la gerontocracia franquista en que han convertido España.

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